¿Quién no ha soñado alguna vez con vivir de las rentas, sin tener que trabajar? O, al menos, sin tener que hacerlo por obligación. Lamentablemente, el dolce far niente sólo está al alcance de las grandes fortunas y los ganadores de la Lotería. Pero ¿y si un inversor avezado consiguiera jugar bien sus cartas y generar las rentas suficientes para poder jubilarse antes de tiempo? La idea, desde luego, es tentadora. Este concepto, bautizado como libertad financiera (o independencia financiera), hace furor en las redes sociales y atrae el interés de muchos ahorradores. Ahora bien: ¿es realmente posible o estamos persiguiendo una quimera?
Ingresos pasivos
Hablemos primero del concepto de libertad financiera. El término hace referencia a la capacidad de un individuo para cubrir sus necesidades económicas sin tener que trabajar. Para ello parte de la idea de los ingresos pasivos que son aquellos que la persona recibe sin realizar esfuerzo alguno. En algunos casos estos ingresos pueden proceder, por ejemplo, de los derechos de autor. Pero generalmente el concepto de libertad financiera se suele asociar al mundo de la inversión.
En este contexto, se diría que un inversor alcanza la independencia financiera cuando su capital genera los suficientes rendimientos después de impuestos para permitirle mantener su tren de vida sin tener que emprender ninguna actividad laboral. Estos ingresos se pueden derivar del cobro de dividendos, intereses por cuentas corrientes o depósitos, cupones de renta fija, alquileres de inmuebles o bien fondos de inversión que ofrezcan rentas periódicas, como los fondos de reparto.
El origen del término proviene del bestseller Padre Rico, Padre Pobre de Robert Kiyosaki, un empresario, escritor y conferenciante de origen hawaiano. La premisa de Kiyosaki es que con la educación financiera adecuada, cualquiera puede ser capaz de alcanzar la tan deseada independencia financiera.
Pero ¿es posible?
Alcanzar esta meta no tiene por qué ser una utopía. Pero desde luego, no es nada fácil. Ten en cuenta que para obtener la auténtica libertad financiera, sería importante que los rendimientos anuales de la inversión fueran más o menos fijos o, cuanto menos, estables. Algo bastante complejo si se tiene en cuenta la naturaleza de los mercados.
Y aún así, no todo depende de la pericia del inversor a la hora de sacarle jugo a sus ahorros. También influyen en buena medida el plazo del que disponga y los gastos a los que tenga que hacer frente.
No es lo mismo comenzar a perseguir la libertad financiera desde muy joven que pretender conseguirla en pocos años. Y tampoco es igual plantear un objetivo de ahorro, con los consiguientes rendimientos fijos, que permitan el mantenimiento de una sola persona que cubrir las necesidades de una familia en su conjunto.
Pongamos por caso un inversor que fuera capaz de obtener la nada desdeñable rentabilidad de un 5% anual, en términos netos y nominales (descontada la inflación y el pago de impuestos). Con un capital inicial de 10.000 euros y un ahorro mensual de 500, en 10 años tendría cerca de 95.000 euros, lo que podría suponer unos ingresos mensuales (sin tocar el principal) de 400 euros. En 25 años, acumularía algo más de 330.000 euros.
Por tanto, si empezase lo suficientemente joven, en dos o tres décadas podría vivir de las rentas. Pero sólo si sus gastos, vivienda incluida, se situasen en torno a los 1.300 euros mensuales. Poco probable si tiene una familia a su cargo.
¿Es entonces la libertad financiera una meta imposible, salvo que seas un inversor joven, soltero y de costumbres austeras? Nunca se sabe. Pero al menos de este razonamiento se deducen un par de cuestiones importantes. La primera es que, cuanto antes comiences a invertir, a poner tu dinero a trabajar, más cerca estarás de alcanzar tu objetivo financiero, sea cual sea. Incluso, por qué no, la independencia financiera.
Y la segunda enseñanza es que la mejor forma de cuadrar las cuentas es apretarse el cinturón, contener el gasto. Esta es una condición indispensable para poder generar el ahorro suficiente. Pero también para que los frutos de ese ahorro sean capaces de cumplir su objetivo, sin perderse en un mar de facturas.
Estrategia financiera
Finalmente, cómo en la vida nunca hay que renunciar a perseguir nuestros sueños, veamos algunas claves que te pueden ayudar a lograr la independencia financiera. O quedarte todo lo cerca posible.
La primera es la diversificación. Si quieres que tus futuras rentas sean lo más estables posible es importante contar con una cartera de inversión diversificada, en la que los ingresos procedan de activos descorrelacionados. Esto implica incluir bolsa, renta fija y activos alternativos, como materias primas o inmuebles, cuya rentabilidad evoluciona de forma distinta. De este modo, tus rentas no dependerán de la bonanza bursátil o de la situación del ciclo inmobiliario.
Por otro lado, sé paciente y no olvides el factor riesgo. Vale más la pena ser una hormiguita e invertir poco a poco y de forma constante, por ejemplo a través de aportaciones periódicas, que pretender dar el pelotazo con el activo de moda. Lo mismo se aplica a los cazadores de dividendos. Las compañías más atractivas en este sentido no son las que más dividendo pagan, sino las que son capaces de mantenerlo, e incluso aumentarlo con el tiempo.
Y finalmente, debes estar atento a tus gastos, pero también a las comisiones de los distintos productos de inversión. Recuerda que si son elevadas pueden suponer una seria merma para tus ahorros, sobre todo en el largo plazo.
Esto no quiere decir que debas recurrir necesariamente a los productos más baratos, con las comisiones de gestión más bajas. Igual de válido es un indexado que un fondo de gestión activa, si este último es capaz de batir al índice. Lo importante es que seas consciente de qué comisiones te cobra tu banco (o tu gestora o tu bróker) y qué valor añadido te aporta.