Muchos inversores son acérrimos defensores de la gestión pasiva o bien de la gestión activa, considerando que son estilos contrapuestos entre los que es obligatorio elegir. Sin embargo, es perfectamente razonable combinar ambos estilos de gestión, que pueden actuar de forma complementaria en una cartera equilibrada.
Antes de continuar, te recordamos que la gestión pasiva es aquella que renuncia a intentar batir al mercado (representado en la figura del índice) porque piensa que lo más probable es que acabe haciéndolo peor. En su lugar, se limita a imitar el comportamiento del índice, a menudo invirtiendo en los valores que lo integran.
Por el contrario, la gestión activa procura hacerlo mejor que el índice. Para ello se apoya en la pericia del gestor a la hora de seleccionar los valores con mejores perspectivas y, por tanto, mayores posibilidades de batir al mercado. Se trata de un reto complicado –la mayoría de los fondos no lo consigue- pero desde luego, no imposible. Además, la gestión activa cuenta con sus propias ventajas.
Estrategia core –satellite
La gestión pasiva y la gestión activa no tienen por qué estar reñidas. De hecho, hay estrategias que se basan precisamente en la combinación de ambos estilos. Una de ellas es la core-satellite.
Esta estrategia consiste en establecer dos partes diferenciadas en la cartera de inversión: el core (o núcleo) y los satélites. El núcleo de la cartera tendría más vocación de permanencia en el largo plazo. Su objetivo sería ganar exposición a uno o varios mercados, a través de sus índices, con un nivel de riesgo controlado. Para ello, integra productos de gestión pasiva con comisiones muy bajas, como fondos indexados y ETF.
En otras palabras, el inversor elige un mercado o clase de activo al que quiere ganar exposición (por ejemplo, la bolsa americana o la renta fija global) e invierte en el índice correspondiente, renunciando a batirlo.
Por su parte, los satélites son fondos de gestión activa con los que se busca añadir un plus de rentabilidad a la cartera. Estos productos suelen implicar un mayor riesgo y llevar aparejada una mayor rotación. La prioridad aquí es que los gestores de los fondos sean capaces de batir a sus respectivos mercados. O dicho de otro modo, de generar alfa.
La proporción ideal entre gestión pasiva y activa
Normalmente el nucleo acapara la mayor parte del patrimonio, entre el 60% y el 90%, y el resto se invierte en productos satélite. ¿Cómo determinar el porcentaje óptimo entre gestión activa y pasiva? Según un estudio de la gestora Vanguard, la clave radica en la capacidad que tenga el inversor para seleccionar fondos que sean capaces de batir al índice de manera consistente y con un nivel de riesgo similar. Aquellos que dispongan de más conocimientos o experiencia en la selección de fondos podrán incrementar la parte satélite, mientras que los que partan de un nivel más básico deberían centrarse, al menos al principio, en la gestión indexada.