Comenzar a invertir cuando no se tiene ninguna experiencia previa puede resultar un poco complicado. A veces, se cometen errores. Y aunque no debemos dejar que esto nos desanime, es aconsejable tenerlos presentes para intentar, en la medida de lo posible, evitarlos.
1. No establecer un objetivo de inversión
Uno de los grandes errores que cometen las personas que están empezando en el mundo de la inversión es no realizar una buena planificación financiera previa. Y es que antes de invertir es necesario determinar para qué lo estás haciendo: cuál es tu objetivo (la jubilación, una casa, un master), en qué plazo quieres recuperar el dinero y cuál es el nivel de rentabilidad/riesgo deseado.
Puede ser una sola meta financiera o pueden ser muchas. Pero establecerlas previamente es esencial, ya que cada una de ellas requerirá de una estrategia completamente distinta.
2. No tener en cuenta la inflación
Hay ahorradores que tienen tal aversión al riesgo que prefieren no invertir. O bien que optan por fondos garantizados sin pararse a pensar la rentabilidad que ofrecen o los costes que llevan aparejados.
El problema es que si tus ahorros no generan ninguna rentabilidad, o no la suficiente para batir al IPC, estarás perdiendo nivel adquisitivo. Lo cual, en definitiva, es lo mismo que perder dinero.
Por tanto, es importante ser conscientes de que las inversiones a riesgo cero no existen. Si quieres obtener una rentabilidad superior a la inflación no te queda otra que asumir algún tipo de riesgo. Eso sí, puedes optar por productos conservadores cuya probabilidad de pérdida es reducida.
3. Olvidarse del colchón de liquidez
Otro de los pasos previos que muchos ahorradores suelen saltarse es el de preparar un colchón anti imprevistos antes de plantearse cualquier posible inversión. Este colchón, o fondo de emergencia, tiene que estar integrado por productos de inversión de bajo riesgo y elevada liquidez (como cuentas remuneradas, depósitos o fondos monetarios), de modo que puedas recurrir a ellos si se te presenta algún tipo de gasto imprevisto o emergencia.
Si no preparas un colchón de liquidez previo e inviertes directamente, corres el riesgo de que se presente un gasto inesperado y te veas obligado a deshacer tus inversiones en el peor momento.
4. No asumir el nivel de riesgo óptimo
La cartera perfecta será aquella que se ajuste como un guante a las necesidades de cada inversor. Y para ello el nivel de riesgo tiene que ser el adecuado: ni tan bajo que te esté restando eficiencia, ni tan alto que no te deje dormir por las noches.
Sin embargo, muchos inversores suelen pecar de prudentes (con el consiguiente coste de oportunidad), mientras que otros asumen riesgos excesivos. Para poder determinar el nivel de riesgo perfecto es esencial conocer cuál es tu perfil psicológico en ese sentido, tu nivel de tolerancia. Y, al mismo tiempo, cuáles son las necesidades que requiere tu meta financiera. Por ejemplo, si tu horizonte temporal es a corto plazo, deberás asumir un riesgo más bajo (menos proporción de renta variable). Y si tu horizonte es a largo plazo, podrás permitirte asumir un riesgo más elevado.
5. Dejarse llevar por las emociones
Muchos inversores se dejan llevar por el pánico cuando los mercados afrontan una corrección, así que venden cuando no deberían. O al revés: se contagian del clima de optimismo exacerbado y compran activos para cuyo nivel de riesgo no están preparados o que cotizan demasiado caros.
El miedo, la avaricia y otros sesgos emocionales son intrínsecos a la condición humana y afectan no sólo a los inversores novatos, también a los profesionales. Para evitarlos, es importante realizar una buena planificación previa que te permita ser consciente de cuál es la estrategia que estás siguiendo y por qué confías en ella. Además, debes entender el funcionamiento de los mercados en los que inviertes. Eso te ayudará a racionalizar los posibles altibajos que puedan producirse, sin dejarte llevar por las emociones del momento.
6. Perder de vista al índice
Cuando inviertes en un mercado concreto, tienes dos opciones: aspirar a la misma rentabilidad que el conjunto del mercado, representado en la figura del índice; o intentar hacerlo mejor que los demás, asumiendo el riesgo de que puedas hacerlo peor. Cualquiera de estas opciones es válida, pero si te decides por la segunda tienes que cerciorarte de que efectivamente lo estás consiguiendo, pues de lo contrario estarás perdiendo dinero.
Sin embargo, algunos ahorradores invierten en bolsa perdiendo de vista que lo importante no es que las acciones que han elegido suban, sino que esa subida sea superior a la del índice de referencia. De lo contrario, le saldría más a cuenta comprar directamente un fondo indexado o un ETF vinculado a ese mercado.
7. Invertir con el retrovisor
Otro error muy común a la hora de invertir es comprar productos o activos financieros fijándonos exclusivamente en la rentabilidad que llevan acumulada hasta el momento. Cuando una criptomoneda, el fondo de moda o el valor más alcista de la bolsa protagonizan una escalada meteórica es frecuente la sensación de “no querer quedarse fuera”. Sin embargo, olvidamos que lo bien que lo haya hecho en el pasado no quiere decir que lo vaya a seguir haciendo bien en el futuro.
A la hora de invertir, es clave analizar cuáles son las palancas de crecimiento que tiene un activo o producto financiero desde el momento presente en adelante. Y, sobre todo, hay que valorar si merece la pena comprarlo al precio actual.
8. Obedecer ciegamente a un asesor/influencer
La gestión de tu dinero es lo suficientemente importante como para que te involucres en ella. No pasa nada porque te dejes guiar por un asesor financiero en el que confíes o un influencer cuyo criterio te parezca interesante. Pero siempre debes tener un juicio crítico y contar con una base de conocimientos, aunque sea mínima, que te permita discernir si aquello que te están recomendando es verdaderamente adecuado para ti.
Ten en cuenta que algunos asesores financieros están sujetos a un conflicto de intereses que les lleva a aconsejarte productos pertenecientes a su propio grupo bancario o que se encuentran actualmente en campaña. Y estos productos no tienen por qué ser necesariamente los más adecuados para ti (o ser rentables en términos generales).
9. Descuidar la diversificación
El riesgo es una herramienta necesaria para alcanzar la rentabilidad deseada, pero eso no quiere decir que no haya que gestionarlo de la manera más eficiente posible. Para ello, una de las estrategias más recomendables es construir una cartera bien diversificada, tanto por tipo de activo como por área geográfica, sector, estilo de inversión, etcétera.
La idea es optar por inversiones lo más descorrelacionadas posible. En otras palabras, introducir activos en tu cartera que lo hagan mejor cuando otros lo hagan peor, de modo que no pongas todos los huevos en la misma cesta.
Sin embargo, muchos inversores optan únicamente por el fondo estrella de la temporada, el activo de moda, o el mercado que mejores perspectivas creen que tiene. De ese modo, subestiman el riesgo de que la caída de ese activo (o incluso el estallido de una burbuja) pueda suponer un duro golpe para el conjunto de sus ahorros.
10. No fijarte en las comisiones
Construir una cartera de inversiones adecuada a tus necesidades (o invertir en una cartera prediseñada, como las que proporciona el servicio roboadvisor) es el primer paso antes de invertir. Esa cartera debe tener el mix de riesgo más idóneo para tu meta financiera y, a su vez, invertir en productos que realmente resulten atractivos.
Sin embargo, esos productos difícilmente serán rentables si aplican unas comisiones más elevadas de lo debido. Una cuestión que a menudo pasa desapercibida para un inversor principiante.
Fíjate en que se sitúen en consonancia con la categoría a la que pertenecen y recuerda que las comisiones de gestión elevadas tienen un importante efecto acumulativo que penaliza en gran medida la rentabilidad a largo plazo.