La guerra de Ucrania, el repunte de la inflación y el frenazo en la economía han provocado todo tipo de altibajos en los mercados. Unas turbulencias de las que tampoco han conseguido librarse los inversores más conservadores, cuyas carteras suelen tener un elevado peso en renta fija. Y es que el mercado de bonos ha experimentado unas de las peores correcciones de su historia, con el consiguiente desánimo para los inversores.
En este contexto, muchos se preguntan por qué la renta fija no hace honor a su nombre y, sobre todo, qué sentido tiene integrarla en la cartera.
Cómo funciona la renta fija
Lo primero que hay que tener claro es que efectivamente la rentabilidad de la renta fija no es fija. Hay quien cree que invertir en fondos de deuda es algo parecido a comprar bonos. Piensan que se adquieren aquellas emisiones que resultan más atractivas por su perfil de rentabilidad/riesgo, se cobran los cupones y, a su debido tiempo, se recupera el principal. En ese caso, el único riesgo radicaría en las compañías o gobiernos cuyos bonos estuviésemos comprando, que podrían no pagar nuestros cupones a tiempo y/o no devolvernos el capital prestado.
Efectivamente esta estrategia de comprar los bonos y mantenerlos pacientemente en la cartera existe y se llama buy and hold. Pero es claramente minoritaria. La inmensa mayoría de los inversores en bonos (incluidos los fondos) no los compran para guardarlos hasta el vencimiento, sino para aprovecharse de su revalorización en el mercado. Y he aquí un hecho del que no todo el mundo es consciente: los bonos, como las acciones, cotizan en los mercados secundarios. Por tanto, igual que puedes comprar acciones de una compañía en la confianza de que su precio va a subir y luego venderlas, los inversores en bonos los adquieren con la expectativa de que su precio se revalorice.
¿De qué depende la cotización de un bono? Existen diferentes variables. Por un lado, es evidente que el precio se puede ver afectado por las noticias relacionadas con la compañía/gobierno que emitió el bono, ya que pueden aumentar (o disminuir) la probabilidad de impago. Pero más allá de ahí, hay otro elemento enormemente importante: la evolución de los tipos de interés. Cuanto mayor sea la expectativa de subida de tipos, más negativamente afectará al precio de los bonos. Cuando suben los tipos de interés oficiales, las compañías que quieren emitir deuda se ven obligadas a ofrecer cupones más elevados para no perder competitividad. Y esto hace que los bonos que ya se han emitido pierdan atractivo. A fin de cuentas, ¿por qué comprar un bono que paga un 2% si sabes que dentro de poco habrá compañías de riesgo similar que emitirán bonos que ofrecerán un 3%?
Veámoslo con un ejemplo. Imagínate que tienes un móvil y lo quieres vender en el mercado de segunda mano. Y ahora piensa que antes de venderlo se publica la noticia de que va a lanzarse un nuevo modelo de la misma marca que ofrece mejores prestaciones con un precio similar. Lo más probable es que tus posibles compradores prefieran esperar a comprar el modelo nuevo, con lo que tu móvil sólo será atractivo si lo vendes a un precio más barato.
En definitiva, las expectativas de subidas de tipos hacen que los bonos que cotizan actualmente en el mercado pierdan masivamente atractivo, ya que la previsión es que los bonos que se emitirán en un futuro (una vez los tipos suban) ofrecerán rentabilidades más jugosas.
Castigo histórico
Todos estos altibajos en los precios de los bonos se reflejan en el valor liquidativo diario de los fondos de renta fija. Ahora bien, el hecho de que estos productos puedan experimentar pérdidas no implica que su evolución sea una montaña rusa. Al contrario, las oscilaciones de la renta fija han sido históricamente mucho más reducidas que las de la bolsa. De ahí, que sea el activo protagonista en las carteras más conservadoras, que prefieren sacrificar algo de rentabilidad en el largo plazo a cambio de llevarse menos sustos en el corto.
Esta es la tónica general, lo que no quita para que en ocasiones pueda darse la tormenta perfecta. Como comentábamos al principio, la renta fija ha vivido uno de los periodos más negros de su historia. En lo que va de año ha llegado a caer por encima del 8%, lo que supone el peor comportamiento de los últimos cincuenta años.
¿Qué hago ahora?
Ante esta tesitura, muchos inversores conservadores se preguntan qué deberían hacer ahora: desprenderse de sus fondos de renta fija y atajar las pérdidas… O bien esperar hasta que escampe el temporal, en la confianza de que los mercados de deuda se recuperen.
Antes de responder a esa pregunta merece la pena tener en cuenta una cuestión importante, que es la importancia de la diversificación. La renta fija no sólo forma parte de las carteras porque su volatilidad sea menor que la de la renta variable, sino por su descorrelación con ella. Se trata de un activo que tradicionalmente evoluciona de forma distinta a la bolsa y que por tanto suele constituir un refugio en mercados bajistas. Esta disparidad en el comportamiento no se observa en el 100% de las ocasiones (como se ha visto tristemente en lo que va de año), pero si se analiza la serie histórica es innegable que ambos activos tienden a evolucionar de forma distinta.
El hecho de incluir activos descorrelacionados en una cartera ayuda a gestionar el riesgo de forma más eficiente. En otras palabras, ofrece las ventajas de no poner todos los huevos en la misma cesta.
En las circunstancias actuales, los más pesimistas con la renta fija pero que aún así son conscientes de la importancia de la diversificación se plantean la posibilidad de introducir en la cartera otros activos que cumplan con esta función, como el oro, las materias primas, los activos inmobiliarios e incluso las criptomonedas. Sin embargo, y aunque es cierto que todos ellos son activos que también pueden aportar descorrelación, su volatilidad suele ser mucho más elevada que la de la renta fija e incluso, en según qué casos, que la de la renta variable.
Por otro lado, otro elemento a considerar es el riesgo de equivocarse con el market timing, es decir, con el momento óptimo de salida y entrada del mercado. Cabe la posibilidad de que la renta fija ya no tenga mucho más recorrido a la baja, en cuyo caso un inversor que venda ahora habrá tenido que asumir buena parte de las pérdidas (o todas) y, en cambio, corre el riesgo de estar fuera cuando se produzca el rebote… la cuestión es: ¿habrá tal rebote? En este tema, como en cualquier otro que afecte al mercado, no hay certezas.
Algunos expertos apuntan que buena parte de las expectativas de subidas de tipos ya están recogidas , con el consiguiente castigo en el precio de los bonos, y que a priori 2023 debería perfilarse como un año positivo para la renta fija. Otros tienen sus dudas.
No obstante, hay un hecho cierto y es que, si se analiza la evolución histórica (ver tabla superior), a menudo los peores años para la renta fija han sido seguidos de años excepcionalmente positivos.