Los mercados financieros pueden parecen un entorno racional en el que impera la fría lógica. Pero lo cierto es que no es así. Los inversores se dejan llevar en muchas ocasiones por sus emociones. Tanto es así, que existe toda una rama de la psicología que se dedica analizar los patrones de conducta que más nos influyen. Hablamos del behavioural finance o finanzas conductuales.
¿Cuáles son entonces esos sentimientos que nos embargan y de los que debemos ser conscientes? Algunos son muy evidentes. Por ejemplo, es obvio que en épocas alcistas puedes ver las ganancias de tu vecino y dejarte llevar por la envidia y comprar. En ese caso, puede que no tengas en cuenta que el precio al que estás entrando quizá no sea el más atractivo.
Y al revés, en épocas de turbulencias, cuando los mercados están cayendo, es posible que te dejes llevar por el pánico. Y aunque tu cabeza te diga que tus metas son a largo plazo y que las bolsas suelen recuperarse de estos vaivenes, puede que vendas llevado por el miedo a que esas pérdidas se profundicen.
Estos sentimientos van en contra de tus intereses. Te llevan a comprar cuando todo está caro y a vender justo en el momento en el que el mercado está a punto de iniciar la recuperación. Pero según Warren Bufett, uno de los grandes inversores de todos los tiempos, hay que hacer justo lo contrario: “Hay que ser codicioso cuando los demás son miedosos y miedoso cuando los demás tienen los ojos inyectados de codicia”.
Sesgos emocionales
De estos sentimientos se derivan dos de los sesgos emocionales más comunes en el inversor. Por un lado, la aversión a las pérdidas, que nos puede llevar a asumir posiciones demasiado conservadoras para nuestros intereses. Por ejemplo, no invertir cuando el entorno de inflación está mermando nuestra capacidad adquisitiva. Además, la aversión a las pérdidas también puede llevarnos a mantener en la cartera una inversión que está en números rojos, única y exclusivamente porque nos da pena que esas pérdidas afloren. Es el clásico “hasta que no venda es como si no hubiera perdido”.
En la otra cara de la moneda, está el exceso de confianza, que es lo que sentimos cuando creemos que nuestras habilidades y conocimientos a la hora de invertir son mayores de lo que realmente son. Una derivada de esto es el sesgo de atribución, que consiste en adjudicarse el mérito cuando una inversión sale bien y echarle la culpa al mercado cuando sale mal.
El gran riesgo que tiene el exceso de confianza es que te puede llevar a asumir más riesgo del que debes y a no diversificar adecuadamente la cartera.
Otro sesgo emocional que nos bloquea es el del statu quo. Consiste en que, a la hora de tomar una decisión, somos más proclives a dejar las cosas como están que a introducir cambios. Cosa que puede ser muy perjudicial si estamos invertidos en un producto que no nos convence, ya sea una hipoteca con los tipos muy altos o un fondo de inversión que no bate al índice.
Sesgos cognitivos
Más allá de los sesgos emocionales, también hay una serie de sesgos cognitivos que suelen influir en buena parte de los inversores. Te ponemos algunos ejemplos:
– Sesgo de Retrospectiva. O en otras palabras, el ya clásico “lo sabía”. Ocurre cuando miramos hacia atrás y nos creemos que nosotros ya sabíamos lo que iba a ocurrir. Este sesgo tiene mucho de memoria selectiva, ya que tiende a potenciar el recuerdo de las veces que acertamos y a borrar las veces en las que nos equivocamos.
– Sesgo de confirmación. Tendemos a apoyarnos en la opinión de los expertos que confirman nuestra visión de las cosas. Por el contrario, solemos hacer oídos sordos a aquellos analistas que dicen lo contrario a lo que nosotros pensamos. Es lo que se conoce como una disonancia cognitiva. Este sesgo nos genera una falsa sensación de seguridad en que nuestras decisiones de inversión son siempre acertadas, privándonos de espíritu crítico.
– Sesgo de Conservación. Este se produce cuando nos ceñimos a nuestra primera opinión o análisis sobre una inversión y nos negamos a actualizarla. O a cambiar de idea, por mucho que vayan apareciendo nuevos datos. Esto sucede muchas veces cuando “nos enamoramos de un valor” (o un índice o un tipo de activo) y nos negamos a revisar nuestra opinión a medida que va apareciendo información nueva.
Otro tic muy importante que nos afecta como inversores es el sesgo de ilusión de control. Nos creemos que somos capaces de dominar cosas que en realidad están fuera de nuestro alcance. Creemos que nuestros conocimientos son tan avanzados que nos permiten asumir riesgos muy elevados, cuando en ocasiones la evolución de determinadas inversiones depende de otros factores que desconocemos y que no podemos controlar.
A la hora de aplicar nuestros conocimientos, tendemos a cometer también una serie de errores. Por ejemplo, damos una importancia desmedida a los acontecimientos más recientes, haciendo caso omiso de las series históricas. Y a la hora de calcular la probabilidad de un suceso, tendemos a pensar que algo es más probable cuanto más sencillo de entender o familiar nos resulte.
Un último apunte: ¿qué podemos hacer con todos estos sesgos emocionales y cognitivos? ¿Nos tenemos que resignar a ellos? Lo ideal es que no. El principal consejo que podemos darte es que aprendas a conocerte a ti mismo y que, viendo de qué pie cojeas, intentes no cometer los errores más típicos en los que sueles incurrir.
Pero como como equivocarse es humano y, a veces, inevitable, es bueno que construyas tu cartera de forma acorde a tu personalidad. Algo a lo que te pueden ayudar los test de idoneidad, que las entidades suelen realizarte cuando inviertes en determinados productos, como por ejemplo las carteras gestionadas.
De este modo, el test de idoneidad mide cuál es tu verdadera actitud psicológica con respecto al riesgo (y decimos verdadera porque puede que te veas a ti mismo como más arriesgado o más conservador de lo que realmente eres). Y en función de este factor, entre otros, el test te adjudica un nivel de riesgo con el que deberías sentirte cómodo, lo cual impedirá que cometas errores como vender antes de tiempo o dejarte llevar por las emociones en el peor momento.
Una forma de sortear estos sesgos es invertir a través de aportaciones periódicas. De este modo, te fuerzas a ti mismo a invertir una cantidad fija, con una periodicidad regular (por ejemplo, una vez al mes). Y así reduces el riesgo de equivocarte con el market timing, es decir, con el mejor momento de entrar o salir del mercado.
Con las aportaciones periódicas, habrá circunstancias del mercado en las que cunda el pánico, pero aun así tú seguirás invirtiendo. Y al revés, también habrá escenarios de euforia en los que te podrías sentir tentado de invertir más de la cuenta, pero las aportaciones que tienes programadas se ceñirán a la cantidad prefijada.
Lo importante es que de cara al largo plazo, habrás contribuido de forma regular a tu objetivo de ahorro, lo que te habrá permitido sacar el máximo provecho del interés compuesto.